Venezuela: ¡Venga a nosotros tu reino!
Franklin Bordas 20/06/2016
¡Venga a nosotros tu reino!, es el clamor venezolano pidiendo al cielo un cambio de rumbo para ese barco a la deriva, cuyo capitán no puede apartar ya de olas encrespadas y aguas violentas. Un navío cuyo combustible termina, y una tripulación exangüe que ha perdido el norte pero que no quiere aceptarlo, aún con amenazas de que todos sus ocupantes decidan lanzarlos fuera de borda.
Nicolás Maduro, un extraño católico romano de origen judío sefardita, actual presidente encargado de Venezuela por el dedo del extinto comandante Chávez, ha corrido detrás de cada sonido del viento buscando un mensaje más sabio que el de todos sus fallidos asesores, incluso, buscando respaldo sobrenatural como devoto del oscuro santo hindú Sai Baba —un combo de milagros y leyendas—, cuyo fondo ha sido, según investigaciones, más mercadeo y fraude que otra cosa.
Es cierto que el amor es tolerante, pero el hambre no, y allí el presidente Maduro y sus discípulos han fallado. A “Verde”, como fue el nombre clandestino que le puso Chávez, ya parece no quedarle salidas en este laberinto político y económico que ha ido construyendo, donde su mayor pecado aparte del cúmulo de decisiones erráticas muy cuestionadas por sus gobernados, ha sido el acelerado crecimiento de la pobreza que ya en el 2014 —según investigaciones de tres prestigiosas universidades del país (UCV, USB y UCAB)— el 11.3 por ciento de la población estaba haciendo una o dos comidas al día. La inflación, según cifras del Banco Central de Venezuela, en el 2015 fue de 180 por ciento, y en el presente está a 200 por ciento, dice la oposición citando cifras también del Banco Central. Esto es una fatalidad para cualquier gobierno en cualquier parte del mundo.
¡Que alegre es tener el poder para decidir a quién confiscar, a quién expropiar y a quién encarcelar! Decidir quién debe hablar y quién no. Qué leyes me deben firmar para lo que quiero hacer, qué respaldo internacional debo comprar para que me alaben, qué instituciones debo contentar para que me protejan. Y en ese submundo movedizo y artificial del apoyo comprado con divisas, en que se deja a un lado lo importante —que son los gobernados— el hambre y la salud emergen como dos espíritus rebeldes e incontrolables, que llegado el momento cobrarán con creces el haberlos despertado.
Hay momentos de la vida de los pueblos que ya las estrategias políticas no funcionan. Que ya no hay mentiras o medias verdades que ofrecer, que ya no hay noticias con que entretener, que todo es más claro que la misma luz. Si el petróleo ya no resuelve, y los demás recursos son tan escasos que no dan para solventar la aguda crisis económica del país, es más que el tiempo para decir adiós al gobierno. El presidente Maduro premiado en Nicaragua con la “Orden Augusto César Sandino en gran Batalla de San Jacinto”, debe librar la última y más difícil batalla en medio de miríadas de aduladores y socios obstinados con el poder, decir: “Hasta aquí panas”.
¿Por qué gobernantes ya inexorablemente caídos delante del pueblo no escuchan? ¿No se sabe desde siempre, que la voz del pueblo clamando justicia es la voz de Dios? Pero el poder sordo y la razón su esclava, pierden el tino aún frente al despeñadero. Así Gadafi —rey de reyes— mirando el cielo en Sirte se repetía ¿qué mal he hecho? ¿Qué mal he hecho? —Venga tu reino— claman todos en la tierra de Bolívar y más allá, y el reino viene para unos y el infierno para otros.
El autor es escritor.
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