miércoles, 31 de octubre de 2012


El martillo de Dios (Junio 2012)
 Nada que ver el título con la novela de Arthur Clarke (1993) y luego la película de Spielberg (1998); más bien, responde al papel tan arriesgado, duro, y decidido que asumen los “procuradores de justicia del Señor”: los profetas, que denuncian el mal y la corrupción de su tiempo. Particularmente me quiero referir a un gran personaje del siglo VIII a.C., el valiente profeta Amós, del poblado de Tecoa, que realizó temerarias denuncias de corrupción en tiempos del gobierno de Ozías, rey de Judá, y de Jeroboam, rey de Israel.

Los escenarios de corrupción de cada época, han degradado los pueblos, y no existen grandes diferencias en sus caídas. Amós es claro, cuando los pueblos coquetean con el crimen y el delito en general, tienden a fracasar. Cuando la sociedad tolera y practica la maldad, tiende a hundirse. Las principales acusaciones de Amos son de ingratitud, incomprensión y de injusticia social.

“Venden al inocente por dinero y al pobre por un par de chinelas. Humillan a los pobres y se niegan a hacer justicia a los humildes”, dice Amós. Realmente, resulta escandaloso que alguien pueda ser comprado por un par de chinelas. Hoy día con las dificultades de sobrevivir en nuestras ciudades de Latinoamérica hay quienes se venden por un plato de comida, y hasta por una recarga celular. Amós estaba asqueado de la bajeza moral de la época: “Padre e hijo se acuestan con la misma mujer”, de allí su denuncia, su decisión de enfrentar el mal de su tiempo con bizarría, sin descanso. 

Vivimos en el siglo XXI en una sociedad asimétrica. Aludiendo al tema del equilibrio social y la justicia, Lia, —habitante del pueblo de Kailia (Indonesia)— dice: “Cuando tengamos nuestros propios hogares, cuando nuestros hijos puedan recibir una educación adecuada, cuando podamos vivir con seguridad y tranquilidad y tener suficiente comida todos los días… entonces podremos hablar de justicia”. Lía en otras palabras está diciendo, si no contamos con recursos, (materiales e intelectuales), estaremos siempre expuestos a la injusticia.

Como un martillo de Dios que golpea con dureza la conciencia del pueblo, el profeta se queja ¡Ay de ustedes que convierten la justicia en amargura y arrojan por los suelos el derecho! —Ustedes han convertido la justicia en veneno y el fruto de la justicia en amargura—. Amós sabe que Israel y Judá son pueblos con los oídos cerrados, que han aceptado el gobierno de sus reyes corruptos, y que juntos, —pueblo y gobierno— caminan derecho a provocar la cólera de Dios y sus consecuencias.

El profeta Amós adquiere una enorme vigencia en la actualidad. Su denuncia, “Ustedes que dicen, arruinaremos a los pobres hasta que ellos mismos se vendan como esclavos para pagar sus deudas, aunque solo deban un par de sandalias”, parece escucharse a través del tiempo. Pero también la voz de Dios que sentencia: —cambiaré las fiestas en llanto por los muertos y los cantos en lamentos fúnebres—. Triste es el fin de los pueblos doblegados por la inmoralidad, los vicios y el poder desenfrenado. Nicaragua —una nación joven aún— todavía está a tiempo de agradar a Dios y caminar en prosperidad.

lunes, 29 de octubre de 2012


Eduquemos al Lobo (agosto 2010)
¿Hay un lobo dentro del ser humano? ¿Un lobo sediento de sangre que pugna por atacar a sus congéneres de forma despiadada, calculadora y sin motivo alguno? Autores de todos los tiempos han comparado al hombre con esta máquina de muerte que representa el lobo —un súper depredador, eficiente, organizado, paciente y brutal—. La mente del hombre, capaz de asumir personalidad de lobo, y abandonar la sana razón en determinadas circunstancias, lo relaciona con esta fiera, de la que Darío poéticamente escudriñó motivos de agresión, que otros autores evidencian.
Qué decepción pudo tener Tito Maccio Plauto comediógrafo latino, cuando acuñó la frase en su drama Asinaria (comedia de los asnos), hace más de dos mil doscientos años: “Lobo es el hombre para el hombre, y no hombre, cuando desconoce quién es el otro”. ¿Qué terrible situación estaría pasando Plauto para descalificar al hombre como sujeto pensante, y degradarlo hasta la infame categoría de lobo, que arranca, desgarra y gruñe? Más tarde Tomas Hobbes, filósofo considerado ateo, inspirado en Plauto, hizo la misma comparación. Y realmente, muchas veces el hombre aspira a ser lobo, sin saber que no necesita garras ni colmillos para serlo.
Pareciera extraño, pero el ser humano posee la capacidad de autoengañarse, desatando males casi apocalípticos sobre sus semejantes, con cierta ingenuidad o necedad, como si él fuera inmune a las propias tempestades que desencadena. El hombre no necesita tener hambre para destruir a otro por alimento, o tener frío para batallar por resguardo, no necesita razones particulares que justifiquen su agresión a otro semejante.
Siendo el ser humano la criatura racional más completa del planeta, se le considera el súper depredador más capacitado, peligroso, implacable —e incomprensible por cierto—, porque puede destruir de forma fría, planificada y calculada y sin mayor razón natural (hambre, peligro, ataque…) a cualquier otro ser, impulsado únicamente por vanagloria, soberbia, o cualquier figura que su mente construya y defina como enemigo.
Debido a la inteligencia de los lobos para atacar de forma organizada, y casi racional a sus presas, es que muchos autores han establecido comparaciones entre el lobo y el hombre. El hombre ha mantenido un respeto milenario al lobo, a su ferocidad, su eficacia en el ataque, la capacidad de organizar sus agresiones, su paciencia para atacar, retroceder y hasta reagruparse frente a un contraataque de sus víctimas.
En la novela El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, el autor R. Louis Stevenson, hace más de una centuria muestra la psicopatología de un desdoblamiento de personalidad. Dentro de una misma persona un enemigo interior, fuera de control. La Biblia muestra la transformación del rey de Babilonia, Nabucodonosor, adoptando una figura licantrópica, al declararse por encima de Dios. Luego de terribles experiencias y retorno a la corona, este monarca llegó a agradecer a Dios diciendo: “El altísimo gobierna el reino de los hombres, y lo da a quien él quiere”. La vida es muy breve para vivir como lobos en medio de gruñidos, y mantener en sobresalto a Nicaragua. Que Jesús, —el Príncipe de la paz—, nos dé la sabiduría para aquietar esa fiera torva y amenazante que infundadamente cargamos.




CUANDO CAMINES A DAMASCO (Julio 2006)
El camino a Damasco es una referencia de cambio. ¿Puede un hombre cambiar su vida mientras camina hacia algún lugar?  Un hombre llamado Pablo cambió radicalmente su vida en ese camino hacia Damasco. Emprendió el viaje con un objetivo que misteriosamente no alcanzó, aunque utilizó toda su energía, capacidades y enfoque para lograrlo, pero todo fue en vano.

Ese camino a Damasco fue inolvidable, la vida de Pablo tuvo un giro violento. Su corazón, que es lo que un hombre no logra cambiar por sí mismo, cambió. El camino a Damasco trunca una marcha en círculos. Pablo, podría ser cualquier hombre que carga con su vida sin dirección, en una afanosa y confusa búsqueda de sentido, aunque haciendo las cosas al revés. El empresario tejedor de lonas, llamado también Saulo de Tarso, se apropió de una misión deleznable: proteger de peligrosos conspiradores al imperio romano, que proclamaban el mensaje del Mesías resucitado, el Emmanuel profetizado desde tiempos antiguos.

De familia adinerada, culto, educado en la famosa escuela del maestro Gamaliel, con excelentes relaciones políticas, fariseo exitoso pero con un fuerte vacío interior, Pablo buscaba con intransigencia algo que ni siquiera entendía. Igual hoy, la búsqueda incesante de muchos no parece terminar. El mismo Adolfo Hitler, apóstol de la maldad, buscaba sentido para su vida matando judíos y llenaba de fantasmas su alma hasta ser el mismo, su propia víctima. Porque no es afuera el campo de batalla, es dentro de uno mismo donde realmente se deciden las grandes victorias.

Recalcitrante en su propia opinión era Pablo antes del accidente en el camino a Damasco. Era ciego y sordo voluntario, por lo que no podía ver ni oír acerca de Jesús el hijo de Dios. Estaba enfocado en buscar antagonistas. No sólo en los que creyeran en Jesucristo, sino en los que no pensaran como Él. Muchos hombres y mujeres mantienen una permanente batalla en sus hogares, cada quien atrincherado en sus propios esquemas sin poder dialogar acerca de sus vidas y necesidades, y caminan rumbo a Damasco como Pablo, probablemente sin saberlo a un encuentro inesperado que marcará su existencia.

El apóstol Pablo es aquel estereotipo de creyente que quiere avasallar a los que no comparten su ideología. En algún momento, personajes de la política parecen copiar el modelo de Pablo, cuando casi desean acabar con la existencia de la oposición y obtener una victoria total sin adversarios.

Pero Pablo, vivió una intensa y desagradable sorpresa camino a Damasco, quedar ciego intempestivamente, no puede ser agradable para nadie. A mitad de camino, Saulo había despedido a sus hombres enviándolos de regreso a Jerusalén y había seguido su camino solo, como muchos ególatras hoy quieren caminar. Y tuvo un encuentro con Jesús en la soledad del camino que cambió su vida.

Muchos hoy día caminan ciegos y son enemigos de su propia sombra. El Libro de Hechos de los apóstoles, narra que una luz cegadora, más fuerte que el sol, envolvió a Pablo, que cayendo en tierra oyó una voz que decía: Saulo, Saulo ¿por qué me persigues?
Luego de ese encuentro solitario, Pablo jamás llegó a ser el mismo de antes. Porque un encuentro con tu Dios, te hace otro hombre. Tú dejas de ser ese pertinaz perseguidor de tu orgullo y tu soberbia, y ese afanoso diseñador de enemigos gratuitos, para ser nuevamente la obra perfecta del Creador. Cuando camines a Damasco —que significa el trayecto de tu vida—, sueña con la luz. Esa luz que cambió a Pablo, puede que te alcance a ti, y la misericordia de Dios provea una nueva perspectiva a tu existencia.



El beso más ignominioso de la historia (Enero 2006)
Beso del áspid, beso terrible, malsano, enfermo, calculador, prefabricado, venenoso y artero. Del beso del cual no estamos aleccionados, hablaré. No del tibio y trémulo ósculo que sella un pacto de amor, ese es el otro beso, probablemente el verdadero. Del otro, del falso beso, del beso de negocios, es lo que me ocupa en este tema.

El señor Iscariote estampó un beso hace dos mil años. Con ese beso, catapultó a la historia la enseñanza de que no todo beso significa amor. Y además legó una maldita enseñanza: la del beso que mata, la del beso que vende.

Contando y recontando dólares, córdobas o dracmas, ha transcurrido la vida de muchos. El señor Iscariote fue uno más. De tanto aprecio, al sonar y tintinear de monedas en sus bolsillos, comenzó a decaer su salud. Su salud mental y su salud espiritual. Llegó a creer que con el dinero podría hacer transacciones más inteligentes y menos ordinarias, y así planificó el peor negocio de su vida, en su parecer el más rentable y jugoso de todos los que hasta la fecha había realizado.

Aparentemente, ya antes de la última cena con el Maestro, parecía que el negocio había sido totalmente planificado. ¿Por qué escogería el beso para cerrar el negocio? Pudo haberlo señalado con el índice como la manera más natural de acusar o señalar en todas las épocas a las víctimas.

Mientras el Maestro se despedía y daba las últimas instrucciones antes de su partida, como en una “cena-trabajo” diríamos hoy: Os lo digo ahora para que, cuando suceda, creáis que Yo soy, Judas juntaba sus dedos rígidos y palpitantes bajo la mesa, recontando mentalmente moneda tras moneda que recibiría.

¿Porque siempre se acaba sucumbiendo a los deleznables encantos del dinero? ¡Qué demonio tan fuerte es que atrapa hasta el espíritu! Y el beso de la cobra envenena igual que el beso de la traición. El señor Iscariote llevaba veneno en su espíritu, cuando planeó el beso más ignominioso desde la creación humana.

En el huerto, al otro lado del torrente Cedrón, estaban el Maestro y sus discípulos cuando llegaron los guardias, sacerdotes y fariseos armados para prenderle. Entrada la noche era cuando Judas y sus secuaces llegaron. Adelantándose, Jesús preguntó: “¿a quién buscáis?” “A Jesús el Nazareno”, contestaron. “Yo soy”, respondió el Maestro, y retrocedieron y cayeron en tierra (Lc 18,6). “ ¡Dios te salve Maestro!”, dijo Judas y le dio un beso en la mejilla. “¡Amigo!... ¿con un beso entregas a tu Maestro?” Y el beso infame lo identificó. El vendedor había cumplido con su parte del trato.

Por cincuenta hombres dispuestos a todo fue rodeado, lo prendieron. Y era un solo Hombre que jamás haría daño a nadie. La inteligencia política necesitaba eliminarlo, era un profeta del amor.

Las treinta monedas que podrían ser hoy cualquier cantidad apta para traicionar, estaban en manos del vendedor. Soñaba con comprar una finca, una propiedad no lejos del pueblo, en la que invertiría el fruto de su deslealtad. Pero el dinero comenzó a revolverse y a adquirir vida propia y quemaba. ¿Cómo no va a quemar el dinero mal habido? ¿Cómo va a prosperar aquello que es fruto de la traición y la muerte? Y aquel beso comenzó a mortificar.

Claro, ¿cómo no va a mortificar hacer transacciones de esa manera? Los negocios se sellan con una firma y un apretón de manos. Pero pactar un beso, parecido también a un abrazo cálido, para culminar una operación, que no es cualquier operación, es la venta de un hombre que va a ser eliminado; como que allí no encaja ese beso cariñoso. Porque los besos, sea cuál fuere la finalidad con que se dan, aparentan amor y ternura.

Identifica con sabiduría el beso que recibes. Pues, al igual que ese nefando beso de Judas, hoy abundan besos de negocios, besos políticos, sociales, calumniadores, estafadores, oportunistas, besos de muerte. ¿Qué beso te identifica a ti? Dios da luz a los humildes y la esconde a los soberbios.




El llanto de Pedro
Opinión Enero 2010
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El poeta español Calderón de la Barca, refiriéndose a la deslealtad o traición, nos contagia con su optimismo al escribir que siempre el traidor es el vencido y el leal es el que vence. Y es que la primera traición conocida fue la que nos contaminó, y nos vino del cielo: Luzbel traicionó a Dios. De allí la humanidad se hizo traidora. Las traiciones realmente son siniestras, matrimonios que se traicionan, gobernantes que traicionan a sus naciones, funcionarios sedientos de vanagloria que traicionan los principios del servicio a sus conciudadanos, pastores que traicionan a sus ovejas, en fin traidores de toda ralea hay en esta tierra.

No es común reconocerse traidor, o reconocerse delincuente. Es muy raro. Normalmente el que traiciona cree que hizo lo correcto y tiene mil argumentos para justificar su actuación. Es habitual escuchar “todo estaba en mi contra, o en contra nuestra”; “el barco se hubiera hundido si yo no hubiera hecho esto”. El marido infiel que campantemente dice: “fue tuya la culpa”. O el operador político que pretende justificar: “todo iba al despeñadero y tuve que sacrificarme”. El que traiciona tiene que autoconvencerse de que es heroicidad lo que lo impele a hacerlo, aunque el juicio más sencillo califica su actuación, como abominable, despreciable, inconcebible e infame.

Esto es así, en tanto que “por regla, el traidor siempre será traidor”, escribe un ensayista político; y si no traiciona en determinado momento es porque las coordenadas no están a su favor. Propina el golpe, cuando supone calculado todo matemáticamente, eliminada toda huella y maximizado el beneficio que espera obtener.

Nicaragua como “Roma no paga traidores”, comparte esa brillante sentencia acuñada en la historia (137-149 a.C.) por el cónsul romano Escipión, cuando ordenó que fueran ejecutados aquéllos que sobornó, para que aniquilaran a su propio jefe Viriato, quien los había enviado como miembros negociadores de una comitiva de paz a Roma. Nos emociona repetir también que “Nicaragua no paga traidores”. Para los nicaragüenses la traición es un antivalor considerado imperdonable, y se transmite de forma generacional casi como una ley familiar.

Judas Iscariote es testigo allá donde esté, que la traición no paga, ya que no pudo con su conciencia, porque al final la conciencia es la que acusa y acosa sin descanso, ni vacaciones. Pedro o Cefas lloró amargamente cuando cantó el gallo tres veces recordándole a quién había negado, a quién estaba traicionando. Lloró casi despreciándose a sí mismo por esa debilidad de traicionar a su amigo amado: el Señor Jesús, en el patio de Caifás.

¿Habrá redención para aquellos ciudadanos que reniegan de sus valores y principios en aras del dinero, el poder y la gloria personal? Muchas figuras en el mundo del jet set político y empresarial se atacan en llanto cuando se les revelan infidelidades, sobornos y traiciones de todo tipo. Los guías espirituales se enferman cuando se les cae la fachada espiritual y se publica su fetichismo. Pero quizás muy pocos hayan llorado como Pedro, el brillante y humilde apóstol de Jesús, llorando con la sinceridad de un niño, verdaderamente arrepentido con un corazón rendido y dispuesto a cambiar. Ese llanto de Pedro es el que necesitamos para que Dios se apiade de tantas traiciones y Nicaragua pueda ser redimida.




             Reo de una “iglesia” abusadora (Feb. 2006)

Se autollaman iglesias, aunque operan como exitosas y lucrativas empresas, planifican y hacen proyecciones financieras, diseñan estrategias de negocios que incluyen fantásticas promociones de promesas, hacen segmentación de mercado, y hasta promueven productos de confort y seguridad espiritual. Lanzan campañas para captación de nuevos clientes, que en su propio argot significan —almas—, que fidelizan (o programan) con esperanzas de una vida llena de prosperidad. Esto va más allá de la adicción a Nostradamus, al esoterismo, la metafísica, el tarot, la adoración de los astros y el fanatismo por los extraterrestres; esto ya no es bola pasada, es grandes ligas. En nombre de Dios (no sabemos cuál), van creando una nueva forma de esclavitud: la esclavitud espiritual.

En su libro Churches That Abuse (Iglesias que abusan) explica el doctor Ronald Enroth, que “el liderazgo se orienta hacia el control y manipulación total de la feligresía hasta lograr su sometimiento, manteniendo un estilo de vida rígido y legalista...”. Ya esto cae en el mundo de la contrainteligencia, el surrealismo y la paranoia, obligándose los miembros a vigilarse unos a otros de forma enfermiza, para juzgar el menor desliz, que los aparte de la férrea doctrina del pastor o del ungido. Es una alegre aventura entrar a este tipo de iglesias, y una terrible pesadilla, querer luego salir. Algunos partidos políticos curiosamente coinciden con tales prácticas.

La mujer, no debe arreglarse, explica el libro del doctor Enroth. No pueden usar tintes para el cabello, no se lo pueden cortar, cero cosméticos, no pueden usar pantalones, no pueden arreglarse las cejas, no afeitarse las piernas, no usar ropa moderna o prendas de moda. Desgraciadamente esto termina por frustrar a las mujeres haciéndoles creer que esa apariencia agrada a Dios, expresa el autor en su libro.

La sumisión absoluta, hasta el involucramiento de los líderes en las intimidades familiares y vecinales es una norma de vida. En el nombre del amor de dios (¿Moloc, será?) predican prosperidad y liberación de tus angustias. Te expolian de un diez por ciento de tus ingresos, que se incrementa con las ofrendas por una petición especial que requieres, hasta provocarte crisis del presupuesto de la familia. Te venden botellas de agua, telas de colores, cuadros, tierra de Jerusalén, amuletos, oraciones impresas, que cambiarán tu vida. Los asiduos compradores de promesas, cambian sus hábitos con las máquinas de juego, las cartas, la lotería, etc.., por esos delirios con lo que se camina peligrosamente al filo del abismo, con una carga mental fantasiosa y además costosa. Es una nueva forma de programación de la mente. Los nuevos esclavos del siglo 21.

Nadie quiere que lo llamen secta, quieren el respeto y la consideración de un templo cristiano, aunque en el nombre de Cristo, cometen barbaridades. Estas “iglesias” emplantillan a sus clientes, con todos los datos como cualquier corporación, sus ingresos, sus contactos y relaciones, sus gustos y aficiones, hasta completar el perfil que les permita administrarlos, tocando sus miedos y deseos más íntimos para su manipulación. La pregunta es, ¿son cerebros superdotados los líderes iluminados de estas organizaciones? ¡No! Son grupos entre los que hay profesionales interdisciplinarios, desde psicólogos neo-conductistas y letrados en el comportamiento humano, hasta políticos experimentados en la manipulación de masas e individuos. Burrus Frederick Skinner, uno de los psicólogos conductistas que más influencia ejerce en la psicología contemporánea, en sus trabajos de experimentación habla del “moldeamiento” que significa recompensar las acciones que más se aproximan a las respuestas deseadas. Este es parte del método —si tú das, tú recibirás mucho más—. Pero el dar, se circunscribe a la secta y a los líderes.

¿Tendrán relación las estadísticas de suicidios en Nicaragua, con estas doctrinas de lavado de cerebro, que te estafan con una falsa prosperidad a cambio del fruto de tu sudor y tu trabajo? ¿Cómo viven los dirigentes de esas bienhechoras organizaciones? ¿Qué autos andan, y qué restaurantes visitan? ¿Dónde vacacionan con el dinero de los inversionistas espirituales?

El mercadeo de la paz no es nuevo. En este negocio han estado a través de la historia multitud de malhechores lucrándose de las necesidades espirituales de los demás, aunque la Biblia nos enseña que “nadie puede salvar a nadie, ni pagarle a Dios rescate por su vida” (Salmo 49.7). Tenga cuidado con esas empresas que dicen llamarse iglesias, y que lo están esquilmando en nombre de Dios.



Opinión: Agosto 2012
Hombrecitos azules en la Luna
 

Existen unicornios azules en la Luna, escribió el señor Richard Adams Locke, editor del diario The New York Sun en agosto de 1835, en un escrito que intituló: Grandes descubrimientos astronómicos realizados por el Señor John Herschel , y luego añadió que también habían humanos con alas y pequeñas piernas, que se reunían alrededor de un gran templo de zafiro azul.

Luego de que un diario tan serio reprodujera los extraordinarios hallazgos del señor Herschel con su potente telescopio —bosques exuberantes, lagos, océanos y playas, además de manadas de bisontes pastando, pelícanos y cebras entre otros mamíferos—, es de suponer que cantidades de gente tejieron sus sueños de peregrinos lunares y alistaron maletas. Si Bernard Madoff —el genio de los negocios piramidales más reconocido de nuestro tiempo— hubiera vivido esa época, la Luna ya estaría lotificada y con millones de accionistas quebrados por semejante engaño.

Los distorsionadores de la realidad abundan. Existe un colosal mercado de creyentes de todo. Muchos han desarrollado una mente dispuesta a creer en todo lo que se oye y todo lo que se ve, enloquecidos casi, con el cúmulo de información diaria con que somos bombardeados. Y de esto se aprovechan truhanes de toda ralea. Lentamente y hasta con ribetes generacionales, van creciendo marejadas de estafadores, cuyo único propósito es vivir “la gran vida” engañando a los demás.

Los adivinadores pagan sus programas de radio y televisión y aparecen en revistas importantes en el mundo como populares futurólogos, y un día acaban enfermos y mendicantes en calles y avenidas, ya que no pudieron adivinar sus futuras desgracias, pero la gente que les cree, los ve y continúa creyendo. ¿Por qué cree la gente? ¿Por una ilusión constante en algo que no llega? ¿Una mente frágil producto de las presiones de la vida, o por una razón motivadora que le ayuda como una extraña fuerza a subsistir? Todos los días la gente cae como adormecida por lo cantos de sirena, de algún experto manipulador de la realidad.

Nuestra fragilidad parece ya transnacional. Miles y miles de mensajes vienen a los teléfonos celulares desde otros países anunciando que salimos ganadores en un sorteo, y ¡somos ricos! Ganamos vehículos en El Salvador, fortunas enormes en euros en Inglaterra, millones de dólares en Nigeria, visas a los Estados Unidos, empleo en algún transatlántico, etc. y solo nos piden datos sencillos para robarnos: nombre y dirección exacta, el número de la cuenta bancaria y el número de la tarjeta de crédito.

Vivimos en un mundo en el que mucha gente ha decidido caminar como sordos con auriculares permanentes en sus oídos, para contrarrestar un poco las “pantallas del mundo” que te invitan a creer en lo más inimaginable. Empresas de todo tipo van naciendo para el engaño, desde productos que curan todo, hasta las que te harán rico de la noche a la mañana. Aunque paralelo a esto, cada día los expertos manipuladores de la realidad, terminan con sus huesos en las cárceles o enloquecidos por buscar la nueva fórmula del engaño, porque ya su catálogo no convence.

Un pensamiento atribuido a Aristóteles expresa que el castigo del mentiroso es no ser creído, aun cuando diga la verdad. ¡Hombrecillos azules en la Luna! Bah —una venta colosal de periódicos en Nueva York ese día de agosto de 1835—.



Opinión: Agosto 2012
La mañana que fusilaron a Dios
Han transcurrido más de noventa años, desde aquella fría y húmeda mañana en Moscú, en que un pelotón de fusilamiento apuntó hacia el cielo sus ametralladoras, lanzando ráfagas de muerte para “matar a Dios” en las nubes, donde a lo mejor creerían que se ocultaba. ¿Cómo se sintieron esos soldados después de “dar muerte” a Dios? Quizás fumaron temblorosos en medio del gélido viento, luego de tan desagradable faena, para después enrumbar hacia una vieja taberna donde ahogarían sus frustraciones en vodka.

Dura más una intervención de cirugía plástica que el juicio en que luego de algunas horas declararon culpable a Dios de crímenes contra la humanidad. Anatoli Vasílievich Lunacharski (Ucrania 1875-1933) crítico de arte y periodista, miembro importante del partido bolchevique, luego de la derrota de la revolución rusa en 1905 y dejar el partido por desacuerdos con Lenin, “sintió la necesidad”, —dicen las crónicas de la época— de unir el marxismo con la religión. No se sabe si por afán de notoriedad —como lo ha hecho Lady Gaga y algunos otros faranduleros—, por vacíos espirituales profundos y sin respuesta, o por estar mentalmente fregado, pero en sus desvaríos y rejuegos político-religiosos, decidió abrir un juicio contra Dios. Lo que leemos de ese singular evento de 1918 es que el montaje del escenario fue detallado en todos sus aspectos. Dios fue juzgado en ausencia. Los fiscales acusaron como suelen hacerlo, con lujo de elementos legales, y antojadizas y manipuladas evidencias, apuntando sus dedos acusadores hacia la silla donde descansaba la Biblia. Y los defensores designados por el Estado soviético argumentaron la inocencia de Dios de los delitos imputados, pidiendo inclusive absolución del acusado, alegando desarreglos mentales, es decir que Dios estaba loco, y había hecho cosas sin sentido dañando a la humanidad.

Ya el tribunal tenía instrucciones de declarar culpable al indiciado, como ocurre en la mayoría de los juicios políticos, donde ni Demóstenes (Atenas 384 a.C.), considerado el mejor orador de la antigua Grecia, podría haber triunfado. El extraño y amañado juicio comenzó a las 8:15 de la mañana, sabiendo los defensores que el tribunal no aceptaría argumentos de locura, debido a la gravedad de los delitos. Quizás Dios se reía a carcajadas presenciando el cómico juicio, donde discutían de forma perversa un proceso, para desmontarlo de la historia y de la fe de su país, mientras el profesor Avenarius (filósofo positivista (1843) sorprendido observaba con preocupación, la marca que dejó en su alumno Lunacharski, mientras estudiaba filosofía en la universidad de Zurich. Allí nació el sicario que pretendió matar a Dios —en esa polémica posición de la comunión del hombre con el mundo—, donde Dios debe desaparecer.

En la mañana del 17 de enero, a eso de las 6:30 a.m., los soldados se dispusieron a cumplir la resolución del tribunal, de dar muerte a Dios, ya declarado culpable. Apuntaron sus fusiles al cielo y quizás en esa locura ciega al disparar, esperaban que Dios cayera desde las nubes, pero nada. Los hombres morimos como polvo que somos, pero Dios no es hombre para morir.



Opinión: Julio 2012
Los obispos y la política
 

La Iglesia de Jesucristo no está en el cielo aún, está en la tierra, por lo tanto su denuncia en el ámbito de lo moral, lo espiritual, económico, político etc., es correcto, necesario y urgente. El cardenal Norberto Rivera Carrera, titular de la Arquidiócesis Primada de México, en una homilía de cuaresma del presente año, advirtió que hay muchas realidades que “huelen mal” como resultado del proceso de enfermedad y muerte que sufren las instituciones y la sociedad. El arzobispo consideró que corresponde a la Iglesia católica dar la alerta sobre los síntomas de putrefacción, y si es atacada por ello, las cosas no cambiarán porque es tanto como “matar al mensajero”, publicó Notimex en marzo 2011.

A algunos les repugnó escuchar cuando en su última homilía, en marzo de 1980, monseñor Romero dijo: —la ley inmoral nadie tiene que cumplirla. Ya es tiempo de que recuperen su conciencia, y que obedezcan antes a su conciencia que a la orden del pecado. La Iglesia, defensora de los derechos de Dios, de la dignidad humana, de la persona, no puede quedarse callada ante tanta abominación—.

Denunciando lo que no está bien, muchas autoridades de la Iglesia han sido objeto de atentados, tramas y calumnias, persecución, espionaje y asesinatos.

Monseñor Gerardi fue asesinado el 26 de abril de 1998 en Guatemala, dos días después de haber presentado de manera pública el informe de la Recuperación de la Memoria Histórica del país que intituló: “Guatemala Nunca Más”, y que recopila testimonios de las víctimas del conflicto armado en el país, en la década del sesenta.

¿Qué dijo monseñor Pierre Claverie, sacerdote dominico y obispo de Orán, para ser el blanco de un grupo de asesinos? ¿Qué golpeó la conciencia de esa gente al grado de no querer oírlo más? Parecen resonar con fuerza sus palabras: “He luchado por el diálogo y la amistad entre las gentes, las culturas y las religiones. Todo ello merece probablemente la muerte, y estoy dispuesto a asumir los riesgos; ¡incluso sería un homenaje al Dios en el que creo!” (mayo, 1994).

Las autoridades de la Iglesia católica, cristiana, defensora de los principios de Cristo, sujetos a las leyes espirituales del reino de Dios, navegan en la encrucijada de someterse a una paz artificial muy personal, aceptando las manifestaciones de la injusticia, la inmoralidad, la ilegalidad como un perfecto y acomodaticio estilo de vida natural y postmoderno, basado en un disfraz de “tolerancia cristiana”; o batallar con ese espíritu de lucha por desenmascarar el error, el abuso, la maldad y el pecado, que es obligación de todo cristiano comprometido con la verdad.

“Con un oído en el pueblo y el otro en el evangelio”, “instruía el obispo de la Rioja, Argentina, monseñor Enrique Angelelli, asesinado en 1976 en un accidente prefabricado, para no dejar pistas, según las investigaciones periodísticas del caso.

Los cristianos del mundo claramente entienden que la Iglesia debe de ser una especie de muralla contra el mal. La Iglesia católica y su estructura como depositaria de la fe y el compromiso con la verdad estará sujeta siempre, a enormes batallas. ¿Cómo podrían los obispos y sacerdotes contribuir a la paz y al bien común, sin exhortar, sin denunciar la injusticia? Cuando los obispos de Nicaragua y el mundo se enfrentan con decisión a poderes naturales nos recuerdan las palabras que el Señor le dijo a Josué: “Esfuérzate y sé valiente” La política también es un campo misionero y Cristo es el referente por excelencia.




Opinión: Febrero 2012
La democracia es como un zombi
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Una especie de muerto vivo dicen que es la democracia actual. No son pocos los pensadores de nuestro tiempo, que quisieran retornar a la sociedad apátrida. Es decir: una sociedad sin Estado, donde la concentración de la autoridad es muy limitada y nunca permanente.

Los antropólogos reconocen que la experiencia de la mayor parte de la historia humana ha sido la vida en sociedades de este orden. Claro, en estos tiempos tan complejos casi escucharíamos al célebre dramaturgo de la época de oro, Calderón de la Barca, despertándonos con sus versos que repiten, “los sueños, sueños son...”, aunque la democracia continúe yéndose a pique.

¿Qué se iba a imaginar Solón, el sabio legislador griego, mientras desarrollaba las bases de la democracia ateniense hace dos mil quinientos años, que el sistema terminaría como un queso, carcomido por millares de ratones de la historia?

Vivimos como el renacimiento de Licurgo, el renombrado legislador de Esparta de la antigüedad, que según sus leyes el ciudadano, desde que nacía, pertenecía al Estado, y se le condenaba a morir si era de complexión débil o enfermiza. Hoy el ciudadano no es despeñado por sus defectos físicos, como diez siglos antes de Cristo, ya que la democracia proclama la libertad humana, aunque esto es discrecional según el estilo de gobierno del momento.

¡Ah que democracia esta! Todo el mundo dice ser democrático, pero al preguntársele que opina de la democracia, lo único que saben responder es, que es buena. ¿Buena para qué es la democracia?

Los filósofos y académicos de la política deben estar quemándose las neuronas para encontrar algún modelo que sustituya al actual, que ya está violado en todas sus ramificaciones. ¿Cómo encontrar algo nuevo y sobrevivir al menos 50 años sin el deterioro que algún hacker político le propine?

“Todas las cosas hastían más de lo que es posible expresar”, dice el escritor bíblico en el Eclesiastés. Y es que en realidad la democracia ha pasado a ser casi una palabra ofensiva cuando sale de boca de los políticos.

La gente se siente herida al escuchar a esta casta disertar en algún supermercado, sobre las columnas de la democracia que sostienen al país. Definirse como demócrata ya no dice nada. El sabor de este perfil perdió la connotación de libertad y fraternidad, de dulce se hizo rancio. En realidad muchas veces quisiéramos definir la democracia en un algoritmo, pero es imposible, porque el modelo responde bien solo de acuerdo al corazón de la sociedad misma.

Ya no se trata de buscar fórmulas nuevas de democracia, porque muchas veces es como el laberinto de Dédalo, que al buscar y buscar en esos túneles oscuros podrás imaginarte oculto al minotauro. Retomando un poco a Sartre que dijo buscar “un ideal de vida de gran hombre, como préstamo del romanticismo”, es la clave.

El demócrata genuino es un romántico, y eso no es malo, deberíamos ver a Nicaragua con la pasión de un enamorado, para que la democracia se nutra de su verdadero sentido, y deje de ser ese queso lleno de fisuras, carcomido de forma ruin y voraz.



Opinión: Abril 2010
El mercadeo de la inmortalidad

Los estudios de la Sociedad para la Investigación de la Medicina Tradicional China han seleccionado cuatro fórmulas antiguas de píldoras de la inmortalidad para producirlas a gran escala, tras afirmar que el objetivo de esas pastillas es alargar la vida —explica un artículo publicado recientemente en internet— y llueven los pedidos por correo. ¿Qué es lo que hace que se quiera vivir eternamente? ¿Por qué la gente quiere ser como Dios?

El fenómeno “Dorian Gray” podría incluirse hoy día en la clasificación de inversiones mundiales sobre silueta, figura, músculos, cirugía, vitaminas de todo tipo, baño de lodo, sol, etc., pretendiendo eternizar la figura quinceañera que ya no tiene retorno. El combo completo se complementa últimamente con una incesante búsqueda de espiritualidad. Mucha gente anda a la caza de explosiones emocionales, milagros y misterios, ejercicios mentales, estudios de antiguos maestros espiritualistas, comunidades de relajamiento del espíritu, etc., todo con el propósito de lograr una larga vida indolora, feliz, y colmada de prosperidad.

Han florecido gigantescas corporaciones globales, que diseñan equipos y programas para una vida plena. Vitaminas naturales, pociones de todo tipo que prometen cero grasas, cero colesterol y triglicéridos, son consumidas por toneladas. Cada amanecer inicia con profundas inspiraciones de cara al sol, con su correspondiente sopa de químicos, para garantizar salud y matar en puerta cualquier enfermedad. Tai-chi, yoga, budismo, esoterismo, meditación y viajes astrales, espiritualismo, nigromancia, etc. reciben billones de dólares como pago por la ansiada restauración espiritual que se persigue.

El planeta está siendo engañado sutilmente en la supuesta calidad de vida de altos estándares. De manera que algunos con sólo escuchar la palabra muerte sienten que sube la presión, se reseca la boca, y un terrible escalofrío recorre la columna vertebral. La cultura de hoy responde a vivir eternamente. Se pretende lograr un divorcio entre la vida y la muerte, y como no es posible lograrlo, todo apunta hacia el campo virtual, donde son millones y millones los convencidos.

Diríamos que es natural que la muerte produzca algún tipo de temor. Pero es antinatural promover juventud eterna y cero muerte. El entrenamiento que la sociedad humana ofrece al que va naciendo es de “vida máxima”, que para los cristianos tiene su origen en Cristo únicamente. Se asisten a seminarios y conferencias para vivir exitosamente, de manera que los participantes entran en shock con sólo perder el trabajo y parecen morir lentamente, al carecer de recursos para pagar su paquete de vida, conque lo han programado, que en síntesis significa compra de toda promesa de juventud y vida plena.

Es que la realidad está siendo trastocada, se está cambiando la verdad por la mentira, pero de una manera tan delicada, que revertirla implica enormes presupuestos y abundantes campañas de reeducación de muchos años, pero que los gobiernos deberían iniciarlas ya. La robotización de la humanidad en el consumo de basura para la supuesta juventud eterna comenzó casi tres décadas atrás, y cuenta hoy con millones de incautos, que sólo saben sacar el dinero de sus bolsillos sin preguntar mucho.

Es categórico que ya no podrá el hombre vivir 969 años como Matusalén, ni que consuma todas las vitaminas y medicamentos que existan para ese supuesto. No te engañes, el hombre no vivirá más de 120 años, lo afirma el Señor Dios (Génesis 6.3). Por tanto, recibe el consejo de tratar de vivir en paz del tiempo de vida que te prodiga el Señor.