Lectura de los tiempos
Las aves migratorias se marchan cuando se acercan tiempos malos. Inician vuelo escapando cuando detectan un peligro que se avecina y que puede afectarlas.
Franklin Bordas Lowery08/05/2017
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Las aves migratorias se marchan cuando se acercan tiempos malos. Inician vuelo escapando por su vida cuando logran detectar un peligro que se avecina y que puede afectarlas. No así, las aves residentes, que parecen enamoradas de su ecosistema, y esperan que las causas que ahuyentan a las otras, no podrán con ellas. Así pasa, a veces con los que gobiernan, no saben interpretar los malos tiempos, o simplemente se programan para resistir creyendo que podrán, hasta que el fin llega y ya no hay forma de cambiarlo.
“Recordar para detener el tiempo”, dijo Jaroslav Seifert (Premio Nobel de Literatura 1984).
Quizás debió agregar: detenerlo, pero como maestro. Porque los errores de tiempos pasados son la mejor lección para no equivocarnos; o para hacerlo conscientemente, disfrutando desaciertos mientras el tiempo alarga la fiesta, que tarde o temprano acabará. Los tiempos guardan códigos que enseñan cuándo soltar, cuándo abandonar, cuándo liberarse. El yugo del poder es el más difícil de soltar, y más, rodeado de un muy dispuesto conventículo en el eterno boato, proclamando “vida para que fuera eterna”.
¿Por qué mientras la sociedad está clara y decidida a jugar su protagonismo en la historia, para ejecutar el divorcio con el gobernante al que permitió dirigir los asuntos de la nación, este insiste en nadar contra la corriente? Perder el norte, es humano, nadie está exento de cometer un error, pero vivir en la ceguera voluntaria es decisión personal. En esta situación, todo crítico es un conspirador; hechos fortuitos se elevan al cálculo de “atentados” con que se nutre la paranoia y la psicosis de persecución. Un apagón es un alerta de boicot político; una prédica contextualizada de un pasaje bíblico, o una homilía, puede enfocar las baterías de seguridad de un régimen hacia un pastor o un presbítero que lanzó un mensaje “subliminal” contra el gobierno.
Cuando ya la enfermedad está comiendo un cuerpo cargado de estrés y los riesgos de continuar al frente de un país implican insomnio, miedo nocturno, riesgos de accidente cerebrovascular, cáncer, exilio o prisión perpetua ¿vale la pena? Muchos llevan ese Santo Tomás obstinado: “Hasta que meta mi mano…” y el difunto general Pinochet repitiendo hasta la saciedad: “Soy el general de los pobres”. Mentiras y mentiras tomando cuerpo de verdades personales, cuando la mente no quiere salir del nefando sueño del poder sin límites.
Es urgente entender los tiempos. Evitar la confusión de las aves residentes frente a la tormenta que se avecina, los que en vez de escapar vuelan directo hacia el ojo que los destruirá. Igual que el venado que creyéndose libre de su cazador se lanza a un pantano que lo engulle. La mente necia hace creer que el delito es el mejor negocio, el de mejores y más rápidos dividendos; que la estafa es una profesión de inteligentes, que la política no tiene límites, que es un juego que todo permite, y que el poder es eterno.
El poderoso triunviro Marco Licinio Craso, también gobernador de la provincia de Siria, en la antigua Roma tuvo una enorme falla táctica buscando gloria de “general”, y no supo leer el tiempo que le era desfavorable. Su ambición le costó la vida al ser capturado por el enemigo obligándolo a tragar oro fundido. “Craso error” es el temerario legado de insistir en causas perdidas. ¡Misericordia, misericordia! es el clamor después, cuando ya la sordera es el virus de los gobernados, que como el profeta hebreo Ezequiel gritan sin cesar: “Ya se acerca el fin, ya está cerca el fin para ti”.
El autor es escritor.
fbescritor@gmail.com
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