jueves, 17 de enero de 2013


Voces

Escritores part time

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Franklin Bordas Lowery

Aún resuena un viejo pensamiento del historiador y ensayista británico Thomas Carlyle (1795), quien dijo que “los libros son amigos que nunca decepcionan”. No muchos aceptan esto, y más en nuestros países en los que quizás, si los libros tuvieran sabor, olor y quizás alguna proteína y pudieran comerse, pues otro gallo cantaría a sus autores. Esto obliga a los escritores, en muchos casos, a escribir por amor al oficio, y a vivir de una economía paralela como bien lo apuntó Rafael Reig, escritor español en una entrevista al decir: “de las novelas solo pueden vivir unos pocos, igual que pasa en el billar, el ajedrez o la natación sincronizada…”.

En Latinoamérica, —pero no solo aquí— sino en muchos países del globo, cada vez, más escritores que antes pueden afirmar que viven de sus libros. Y cuando el éxito toca es como lo de Hollywood, o es un fuera de serie la estrella, que no puede pasar inadvertida y rápidamente hace millones, o es una llamita que se enciende para luego apagarse, producto de la colosal inversión de imagen que satura los medios y las revistas relacionadas. En todo caso cuando pensamos que el éxito solo está disponible para los dioses del Olimpo, como que te casas con la mediocridad. Carlos Ruiz Zafón, escritor español, autor de la Trilogía de la niebla, con su enorme éxito en la venta de sus libros podría decirnos que no solo los boxeadores se hacen millonarios.

Los escritores en nuestro país, que viven fundamentalmente de otras profesiones como la ingeniería, la docencia, la administración de empresas, el mercadeo, la abogacía, el periodismo entre otras, aunque no cumplan con la definición de Wikipedia, que encasilla al escritor “como aquel que escribe profesionalmente”, hacen lo que tienen que hacer. Acomodan sus tiempos, sus economías, sus trabajos, sus relaciones y cuantas cosas más para encontrar el espacio, trabajar la idea, y buscar los recursos para publicar sus libros.

Nos causa sorpresa reconocer los sacrificios que algunos aclamados escritores tuvieron que hacer para lograr producir sus obras famosas. Por ejemplo Franz Kafka vendiendo seguros de día y escribiendo de noche. Y otros famosos, como Thomas Mann y Jose Saramago, renegaron del negocio de los seguros también, quizás no buscando fama, pero sí respondiendo a un llamado íntimo, decidieron escribir a tiempo completo para darle mayor sentido a su inclinación por la literatura.

Es como una misión empecinada, abnegada e incansable el oficio de escribir. A veces, hasta incomprendido por el círculo más cercano, —que es su familia y amigos—, al esperar ellos y casi exigir una importante retribución metálica del ejercicio y el tiempo invertido del que escribe. De manera que algunos relacionan este oficio con un raro ministerio: el de compartir el talento, de transmitir su creación en cualquiera de los géneros literarios, a una comunidad de lectores más con pasión y fe, que con razón y cálculo. Este es nuestro escritor, un escritor de corazón.

“Mi corazón espera, también hacia la luz y hacia la vida, otro milagro de primavera…”, escribió el gran poeta Antonio Machado en su obra Soledades, Galerías y Otros poemas . Sí, esperamos milagros, que dignifiquen la vida del escritor nicaragüense. No solo en la primavera de sus obras, sino en el otoño. Que el escritor pueda vivir serenamente de sus libros y su actividad intelectual, en medio de estrategias educativas que promuevan de las maneras más inteligentes y motivadoras el despertar de un pueblo que ame la lectura y estime a sus autores.

El autor es escritor.