martes, 25 de febrero de 2014

Vida de perros

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Franklin Bordas Lowery

 “Llevo una vida de perros, mastico pan con veneno…”, dice la canción de la banda chilena Los Bunkers (2005). Y esto es lo que expresan los muchachos que han lavado parabrisas toda una vida en los semáforos, donde del automóvil les largan algunas monedas o simplemente un hijo de p..., como un rabioso ladrido. —Nuestra vida, es vida de perros dicen —con una burlona mueca en la boca, como disimulo de su desesperación— medio da, para llegar al día siguiente.

Limpian parabrisas en la capital muchos niños, que no se imaginan el futuro que les depara la vida, que ya los adultos, están viviendo. Viejos limpiadores van del parabrisas a las drogas, a la alianza delincuencial, a la oscuridad del mundo de las cárceles, a la demencia y al suicidio. Tétrico y surrealista mundo, cantan Los Bunkers en esta composición que dice “buscando algunos amigos, solo me encontré con perros…”.

   ¿Será que no hay otro trabajo como algunos dicen? ¿Será que perdieron el interés por hacer otra cosa, o la voluntad para luchar como los demás? Ya se ha dicho, que muchos trabajos marginales como el que nos ocupa, marca el rumbo de la mendicidad. Expertos sociales han escrito que las razones por las que se llega a la mendicidad son rupturas de lazos familiares y personales, lazos laborales y lazos sociales. Es decir, pierden conexión con la familia, deciden que el trabajo formal no es para ellos —se calcula que un diez por ciento de estas personas tuvo estudios universitarios— y pierden conexión con sus amigos.

   “Sucesos vitales estresantes”, llaman los psicólogos a estas rupturas, que parecen no tener relación con los niños, muchachos y adultos de la calle, que piden dinero por limpiar el vidrio de los autos. Porque más que experimentar sucesos vitales estresantes esta muchedumbre de “limpiadores” que cercan tu auto en los semáforos han sido formados, creados, inducidos, programados para pedir en las calles de la manera camuflada que lo hacen. Quizás la mayoría sin ser culpable de una vida que les diseñaron, los que los trajeron al mundo.

   Las madres se ocultan tras el tronco de un árbol, con un trapo en la cabeza como para no delatar su identidad, mientras los padres esperan en casa lo que estos niños habrán conseguido al oscurecer el día. Los niños que se han hecho adultos limpiando vidrios, continúan pegados con un programa de —no esfuerzo— en su mente, que al aumentar sus necesidades ya con pareja e hijos, van inclinándose a la obtención de dinero fácil, que se traduce en asaltos, robos domiciliares, venta de drogas y sicariato.

   Si se les ofrece trabajo, se ocupan tres días, y regresan a la fiesta de los semáforos. Ese ambiente ruidoso, chabacanero y libertino, es como un imán que los atrae, porque allí nacieron. Definitivamente el trabajo formal no les interesa porque no es lo suyo y tampoco la solución. De modo, que si la sociedad nicaragüense desea ayudar a estos jóvenes y niños-viejos, sería primero, trabajar con su mente, en una terapia intensiva y hasta larga, enfocada a reprogramar sus sistemas de pensamiento, para luego entrenarlos en un oficio digno y poder desafiar la vida cantando: ¿Qué vida de perro? ¿Qué pan con veneno? El autor es escritor.