Nota: recordando una Publicacion en ocasión de la madre, Jueves 30 de Mayo 2002
Apologética a la madre universal
Maria fue también la otra víctima. Madre también torturada como su hijo en el calvario. Porque ¿no es tortura también observar el dolor que le infligen a un hijo siendo además inocente?
¿Comprendemos que María es madre y primera apóstola de Jesucristo?... ¿que ni siquiera San Pedro, o San Juan o Santo Tomás, ni uno solo de los apóstoles pudo conocer con profundidad al Dios-Hombre sino su madre, que lo acompañó desde el alumbramiento hasta su muerte y resurrección?...
“Jesús hace ya días que tiene los ojos preocupados. Le noto que me huye la mirada cuando nos quedamos solos. Y habla de cualquier cosa sin parar, porque sabe que si hace un segundo de silencio, yo le haría la pregunta que él teme. Sabe que no he olvidado las palabras de Simeón, y que sigo teniendo la espada bien adentro. ¿Puede acaso una madre olvidar que su hijo caerá crucificado entre el amor y el odio?” (Páginas del Diario de la Virgen 1963).
Como toda madre, Maria lo cubre con sus brazos y lo arropa, lo entibia, y le canta para que aquel niño —Dios viviente—, alcance la seguridad de cualquier recién nacido. Como cualquier mamá, le da su alimento, se preocupa ante su llanto de infante, permanece atenta cuando gatea, y luego, cuando sus primeros pasos. Cuando balbuceó nuestro Señor sus primeras palabras, y le salieron sus primeros dientes; en las primeras e inevitables caídas de pequeño, allí estaba María su madre, perseverante y tenaz, protegiendo al rey de reyes, cuyo misterio le fue revelado por Gabriel, el ángel enviado por Dios.
María, no parece ser una madre diferente a las madres de hoy y de siempre. No parece diferenciarse mucho de una madre nicaragüense en cuanto al celo en el cuido y protección de su niño. Al caminar María por las calles de Nazaret con su niño —nuestro Dios vivo— como cualquier mamá, sosteniéndolo en su regazo, nadie imaginaria en esos momentos que aquella mujer era la escogida por Dios para ser madre del redentor, y que cargaba al Señor Jesucristo en sus brazos, al mismísimo Dios en la Tierra.
-María dió el ser y la vida humana al autor de toda gracia, que ni los patriarcas, ni los profetas, y ningún santo de la antigua ley pudieron hallar- dice con gran acierto Luis de Monfort (El Secreto de María, Monfort).
“Jesús hace ya días que tiene los ojos preocupados. Le noto que me huye la mirada cuando nos quedamos solos. Y habla de cualquier cosa sin parar, porque sabe que si hace un segundo de silencio, yo le haría la pregunta que él teme. Sabe que no he olvidado las palabras de Simeón, y que sigo teniendo la espada bien adentro. ¿Puede acaso una madre olvidar que su hijo caerá crucificado entre el amor y el odio?” (Páginas del Diario de la Virgen 1963).
Como toda madre, Maria lo cubre con sus brazos y lo arropa, lo entibia, y le canta para que aquel niño —Dios viviente—, alcance la seguridad de cualquier recién nacido. Como cualquier mamá, le da su alimento, se preocupa ante su llanto de infante, permanece atenta cuando gatea, y luego, cuando sus primeros pasos. Cuando balbuceó nuestro Señor sus primeras palabras, y le salieron sus primeros dientes; en las primeras e inevitables caídas de pequeño, allí estaba María su madre, perseverante y tenaz, protegiendo al rey de reyes, cuyo misterio le fue revelado por Gabriel, el ángel enviado por Dios.
María, no parece ser una madre diferente a las madres de hoy y de siempre. No parece diferenciarse mucho de una madre nicaragüense en cuanto al celo en el cuido y protección de su niño. Al caminar María por las calles de Nazaret con su niño —nuestro Dios vivo— como cualquier mamá, sosteniéndolo en su regazo, nadie imaginaria en esos momentos que aquella mujer era la escogida por Dios para ser madre del redentor, y que cargaba al Señor Jesucristo en sus brazos, al mismísimo Dios en la Tierra.
-María dió el ser y la vida humana al autor de toda gracia, que ni los patriarcas, ni los profetas, y ningún santo de la antigua ley pudieron hallar- dice con gran acierto Luis de Monfort (El Secreto de María, Monfort).
María sin embargo no era una madre cualquiera, era una madre llena del Espíritu Santo de Dios. Podemos entender que ella conocía perfectamente el poder de su hijo Jesucristo, pero su misión era apoyarlo, y guardar los secretos que le fueron confiados. Una madre que conocía por revelación divina, del trago amargo de la cruz de su hijo, que habría de sobrevenir. Y era sólo por el poder del Espíritu Santo, que nuestra madre adorada, calladamente ya soportaba la cruz.
María estuvo siempre respaldando a su hijo, como las madres nicaragüenses lo hacen también. María se angustió al extraviarse su hijo para luego de tres días de afanosa búsqueda, ser encontrado en el templo. También las madres de hoy sufren el extravío de sus hijos, en un mundo cada vez más engañoso y llamativo, y luchan con angustia y terquedad amorosa, un reencuentro. Las madres Marías, transigen con el sufrimiento de sus hijos.
En el Día de la Madre saludamos a todas las Madres-Marías de Nicaragua, tan valientes, fuertes y tercas con el cuidado de la familia, sus hijos, su hogar.
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