miércoles, 31 de octubre de 2012


El martillo de Dios (Junio 2012)
 Nada que ver el título con la novela de Arthur Clarke (1993) y luego la película de Spielberg (1998); más bien, responde al papel tan arriesgado, duro, y decidido que asumen los “procuradores de justicia del Señor”: los profetas, que denuncian el mal y la corrupción de su tiempo. Particularmente me quiero referir a un gran personaje del siglo VIII a.C., el valiente profeta Amós, del poblado de Tecoa, que realizó temerarias denuncias de corrupción en tiempos del gobierno de Ozías, rey de Judá, y de Jeroboam, rey de Israel.

Los escenarios de corrupción de cada época, han degradado los pueblos, y no existen grandes diferencias en sus caídas. Amós es claro, cuando los pueblos coquetean con el crimen y el delito en general, tienden a fracasar. Cuando la sociedad tolera y practica la maldad, tiende a hundirse. Las principales acusaciones de Amos son de ingratitud, incomprensión y de injusticia social.

“Venden al inocente por dinero y al pobre por un par de chinelas. Humillan a los pobres y se niegan a hacer justicia a los humildes”, dice Amós. Realmente, resulta escandaloso que alguien pueda ser comprado por un par de chinelas. Hoy día con las dificultades de sobrevivir en nuestras ciudades de Latinoamérica hay quienes se venden por un plato de comida, y hasta por una recarga celular. Amós estaba asqueado de la bajeza moral de la época: “Padre e hijo se acuestan con la misma mujer”, de allí su denuncia, su decisión de enfrentar el mal de su tiempo con bizarría, sin descanso. 

Vivimos en el siglo XXI en una sociedad asimétrica. Aludiendo al tema del equilibrio social y la justicia, Lia, —habitante del pueblo de Kailia (Indonesia)— dice: “Cuando tengamos nuestros propios hogares, cuando nuestros hijos puedan recibir una educación adecuada, cuando podamos vivir con seguridad y tranquilidad y tener suficiente comida todos los días… entonces podremos hablar de justicia”. Lía en otras palabras está diciendo, si no contamos con recursos, (materiales e intelectuales), estaremos siempre expuestos a la injusticia.

Como un martillo de Dios que golpea con dureza la conciencia del pueblo, el profeta se queja ¡Ay de ustedes que convierten la justicia en amargura y arrojan por los suelos el derecho! —Ustedes han convertido la justicia en veneno y el fruto de la justicia en amargura—. Amós sabe que Israel y Judá son pueblos con los oídos cerrados, que han aceptado el gobierno de sus reyes corruptos, y que juntos, —pueblo y gobierno— caminan derecho a provocar la cólera de Dios y sus consecuencias.

El profeta Amós adquiere una enorme vigencia en la actualidad. Su denuncia, “Ustedes que dicen, arruinaremos a los pobres hasta que ellos mismos se vendan como esclavos para pagar sus deudas, aunque solo deban un par de sandalias”, parece escucharse a través del tiempo. Pero también la voz de Dios que sentencia: —cambiaré las fiestas en llanto por los muertos y los cantos en lamentos fúnebres—. Triste es el fin de los pueblos doblegados por la inmoralidad, los vicios y el poder desenfrenado. Nicaragua —una nación joven aún— todavía está a tiempo de agradar a Dios y caminar en prosperidad.

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