domingo, 28 de octubre de 2012

La muerte es más cercana a los poetas que a los generales. Enero,10.2011

 “La muerte se muere de risa, pero la vida se muere de llanto”, escribe la poetisa argentina Alejandra Pizarnik. Y efectivamente la gente parece llorar la muerte de los poetas más por la nostalgia de sus cantos que por sus vidas, porque todos lloran la partida de todos, aunque no sean poetas.

¿Será el orgullo el fundamento cuando el escritor decide arrebatar a Dios el derecho de morir? ¿Será desesperación o melancolía? Lo que se sabe es que, cada escritor que decidió partir al otro mundo por su propia mano, diseñó el escenario con prolijidad, cada detalle con mano de cirujano. La carta, o el poema o el silencio absoluto, en cálculos de un testamento que algunos llorarán, y en otros desatará el profundo deseo de conocer sus obras, y rastrear sus motivaciones suicidas.

“La mujer alcanzó la perfección, su cuerpo muerto muestra la sonrisa de realización sus pies desnudos parecen decir, hasta aquí hemos llegado, se acabó”, escribe Sylvia Plath en su poema Límite , en víspera de suicidarse. Los informes de la época registran que la misma semana del suicidio de la poetisa se suicidaron en Inglaterra cerca de cien personas más. Según la OMS, a diario unas poco más de mil personas se quitan la vida. La causa puede resumirse en una sola: perdieron la esperanza.

Las preguntas flotan en el ambiente solo con respuestas imprecisas y hasta tendenciosas y deformes. Tantos escritores exitosos que deciden finalizar su vida en este mundo por su propia mano ¿Por qué? ¿Por qué se suicidó Sylvia Plath, o Virginia Wolf decidió ahogarse en el río Ouse, cerca de su casa de Sussex? ¿Por qué Hemingway, víctima de un paroxismo destructor, se voló la cabeza con una escopeta inglesa de dos cañones? ¿No deberían amar la vida quienes viven con tanta intensidad la vida? Quienes experimentan todos o muchos los sabores y colores que da la vida, ¿no deberían valorarla en su exacta dimensión?

Al escritor japonés Yukio Mishima, autor de Confesiones de una máscara (1949), le pasó como a muchos, que funden la fama y la eternidad. Decidió morir pública y espectacularmente como si fuera su novela final. Muerte de samurai, la espada cortando su cuello. Pobre Mishima, dijeron los que estuvieron allí. Nada más.

¿Por qué personas tan inteligentes, tan buenos intérpretes de la vida, los tiempos y las gentes, quieren llevar la ficción al límite, trastocando la realidad con su propia muerte? Algunos estudiosos del tema explican que es como si se secara el alma. En realidad la muerte camina con todos los seres humanos desde que se nace, y es tan natural que la ignoremos, porque de todos modos nos alcanzará. ¿Por qué los suicidas dan más importancia a la muerte que a la vida? El poeta nicaragüense Francisco Ruiz Udiel escribe como vidente: “Cada cuatro años la muerte abre la llave de gas de una cocina, se fuma un cigarrillo en el sofá y espera”. ¿Qué extraño espíritu esclaviza hasta desear morir después de alabar la vida?

Hoy los generales mueren menos que los poetas, quizás no tanto por no exponerse en los frentes de combate, sino porque casi han olvidado la muerte. Al revés de los poetas que queriendo cantar a la vida, descubren la muerte de manera personal. Todo es cuestión de esperanza. Si la esperanza languidece, falla la vida. Nicaragua necesita la esperanza de Cristo en su corazón. fbescritor@mail.com


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