lunes, 29 de octubre de 2012




Opinión: Agosto 2012
Hombrecitos azules en la Luna
 

Existen unicornios azules en la Luna, escribió el señor Richard Adams Locke, editor del diario The New York Sun en agosto de 1835, en un escrito que intituló: Grandes descubrimientos astronómicos realizados por el Señor John Herschel , y luego añadió que también habían humanos con alas y pequeñas piernas, que se reunían alrededor de un gran templo de zafiro azul.

Luego de que un diario tan serio reprodujera los extraordinarios hallazgos del señor Herschel con su potente telescopio —bosques exuberantes, lagos, océanos y playas, además de manadas de bisontes pastando, pelícanos y cebras entre otros mamíferos—, es de suponer que cantidades de gente tejieron sus sueños de peregrinos lunares y alistaron maletas. Si Bernard Madoff —el genio de los negocios piramidales más reconocido de nuestro tiempo— hubiera vivido esa época, la Luna ya estaría lotificada y con millones de accionistas quebrados por semejante engaño.

Los distorsionadores de la realidad abundan. Existe un colosal mercado de creyentes de todo. Muchos han desarrollado una mente dispuesta a creer en todo lo que se oye y todo lo que se ve, enloquecidos casi, con el cúmulo de información diaria con que somos bombardeados. Y de esto se aprovechan truhanes de toda ralea. Lentamente y hasta con ribetes generacionales, van creciendo marejadas de estafadores, cuyo único propósito es vivir “la gran vida” engañando a los demás.

Los adivinadores pagan sus programas de radio y televisión y aparecen en revistas importantes en el mundo como populares futurólogos, y un día acaban enfermos y mendicantes en calles y avenidas, ya que no pudieron adivinar sus futuras desgracias, pero la gente que les cree, los ve y continúa creyendo. ¿Por qué cree la gente? ¿Por una ilusión constante en algo que no llega? ¿Una mente frágil producto de las presiones de la vida, o por una razón motivadora que le ayuda como una extraña fuerza a subsistir? Todos los días la gente cae como adormecida por lo cantos de sirena, de algún experto manipulador de la realidad.

Nuestra fragilidad parece ya transnacional. Miles y miles de mensajes vienen a los teléfonos celulares desde otros países anunciando que salimos ganadores en un sorteo, y ¡somos ricos! Ganamos vehículos en El Salvador, fortunas enormes en euros en Inglaterra, millones de dólares en Nigeria, visas a los Estados Unidos, empleo en algún transatlántico, etc. y solo nos piden datos sencillos para robarnos: nombre y dirección exacta, el número de la cuenta bancaria y el número de la tarjeta de crédito.

Vivimos en un mundo en el que mucha gente ha decidido caminar como sordos con auriculares permanentes en sus oídos, para contrarrestar un poco las “pantallas del mundo” que te invitan a creer en lo más inimaginable. Empresas de todo tipo van naciendo para el engaño, desde productos que curan todo, hasta las que te harán rico de la noche a la mañana. Aunque paralelo a esto, cada día los expertos manipuladores de la realidad, terminan con sus huesos en las cárceles o enloquecidos por buscar la nueva fórmula del engaño, porque ya su catálogo no convence.

Un pensamiento atribuido a Aristóteles expresa que el castigo del mentiroso es no ser creído, aun cuando diga la verdad. ¡Hombrecillos azules en la Luna! Bah —una venta colosal de periódicos en Nueva York ese día de agosto de 1835—.


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