lunes, 29 de octubre de 2012


Eduquemos al Lobo (agosto 2010)
¿Hay un lobo dentro del ser humano? ¿Un lobo sediento de sangre que pugna por atacar a sus congéneres de forma despiadada, calculadora y sin motivo alguno? Autores de todos los tiempos han comparado al hombre con esta máquina de muerte que representa el lobo —un súper depredador, eficiente, organizado, paciente y brutal—. La mente del hombre, capaz de asumir personalidad de lobo, y abandonar la sana razón en determinadas circunstancias, lo relaciona con esta fiera, de la que Darío poéticamente escudriñó motivos de agresión, que otros autores evidencian.
Qué decepción pudo tener Tito Maccio Plauto comediógrafo latino, cuando acuñó la frase en su drama Asinaria (comedia de los asnos), hace más de dos mil doscientos años: “Lobo es el hombre para el hombre, y no hombre, cuando desconoce quién es el otro”. ¿Qué terrible situación estaría pasando Plauto para descalificar al hombre como sujeto pensante, y degradarlo hasta la infame categoría de lobo, que arranca, desgarra y gruñe? Más tarde Tomas Hobbes, filósofo considerado ateo, inspirado en Plauto, hizo la misma comparación. Y realmente, muchas veces el hombre aspira a ser lobo, sin saber que no necesita garras ni colmillos para serlo.
Pareciera extraño, pero el ser humano posee la capacidad de autoengañarse, desatando males casi apocalípticos sobre sus semejantes, con cierta ingenuidad o necedad, como si él fuera inmune a las propias tempestades que desencadena. El hombre no necesita tener hambre para destruir a otro por alimento, o tener frío para batallar por resguardo, no necesita razones particulares que justifiquen su agresión a otro semejante.
Siendo el ser humano la criatura racional más completa del planeta, se le considera el súper depredador más capacitado, peligroso, implacable —e incomprensible por cierto—, porque puede destruir de forma fría, planificada y calculada y sin mayor razón natural (hambre, peligro, ataque…) a cualquier otro ser, impulsado únicamente por vanagloria, soberbia, o cualquier figura que su mente construya y defina como enemigo.
Debido a la inteligencia de los lobos para atacar de forma organizada, y casi racional a sus presas, es que muchos autores han establecido comparaciones entre el lobo y el hombre. El hombre ha mantenido un respeto milenario al lobo, a su ferocidad, su eficacia en el ataque, la capacidad de organizar sus agresiones, su paciencia para atacar, retroceder y hasta reagruparse frente a un contraataque de sus víctimas.
En la novela El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, el autor R. Louis Stevenson, hace más de una centuria muestra la psicopatología de un desdoblamiento de personalidad. Dentro de una misma persona un enemigo interior, fuera de control. La Biblia muestra la transformación del rey de Babilonia, Nabucodonosor, adoptando una figura licantrópica, al declararse por encima de Dios. Luego de terribles experiencias y retorno a la corona, este monarca llegó a agradecer a Dios diciendo: “El altísimo gobierna el reino de los hombres, y lo da a quien él quiere”. La vida es muy breve para vivir como lobos en medio de gruñidos, y mantener en sobresalto a Nicaragua. Que Jesús, —el Príncipe de la paz—, nos dé la sabiduría para aquietar esa fiera torva y amenazante que infundadamente cargamos.

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