lunes, 29 de octubre de 2012




El llanto de Pedro
Opinión Enero 2010
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El poeta español Calderón de la Barca, refiriéndose a la deslealtad o traición, nos contagia con su optimismo al escribir que siempre el traidor es el vencido y el leal es el que vence. Y es que la primera traición conocida fue la que nos contaminó, y nos vino del cielo: Luzbel traicionó a Dios. De allí la humanidad se hizo traidora. Las traiciones realmente son siniestras, matrimonios que se traicionan, gobernantes que traicionan a sus naciones, funcionarios sedientos de vanagloria que traicionan los principios del servicio a sus conciudadanos, pastores que traicionan a sus ovejas, en fin traidores de toda ralea hay en esta tierra.

No es común reconocerse traidor, o reconocerse delincuente. Es muy raro. Normalmente el que traiciona cree que hizo lo correcto y tiene mil argumentos para justificar su actuación. Es habitual escuchar “todo estaba en mi contra, o en contra nuestra”; “el barco se hubiera hundido si yo no hubiera hecho esto”. El marido infiel que campantemente dice: “fue tuya la culpa”. O el operador político que pretende justificar: “todo iba al despeñadero y tuve que sacrificarme”. El que traiciona tiene que autoconvencerse de que es heroicidad lo que lo impele a hacerlo, aunque el juicio más sencillo califica su actuación, como abominable, despreciable, inconcebible e infame.

Esto es así, en tanto que “por regla, el traidor siempre será traidor”, escribe un ensayista político; y si no traiciona en determinado momento es porque las coordenadas no están a su favor. Propina el golpe, cuando supone calculado todo matemáticamente, eliminada toda huella y maximizado el beneficio que espera obtener.

Nicaragua como “Roma no paga traidores”, comparte esa brillante sentencia acuñada en la historia (137-149 a.C.) por el cónsul romano Escipión, cuando ordenó que fueran ejecutados aquéllos que sobornó, para que aniquilaran a su propio jefe Viriato, quien los había enviado como miembros negociadores de una comitiva de paz a Roma. Nos emociona repetir también que “Nicaragua no paga traidores”. Para los nicaragüenses la traición es un antivalor considerado imperdonable, y se transmite de forma generacional casi como una ley familiar.

Judas Iscariote es testigo allá donde esté, que la traición no paga, ya que no pudo con su conciencia, porque al final la conciencia es la que acusa y acosa sin descanso, ni vacaciones. Pedro o Cefas lloró amargamente cuando cantó el gallo tres veces recordándole a quién había negado, a quién estaba traicionando. Lloró casi despreciándose a sí mismo por esa debilidad de traicionar a su amigo amado: el Señor Jesús, en el patio de Caifás.

¿Habrá redención para aquellos ciudadanos que reniegan de sus valores y principios en aras del dinero, el poder y la gloria personal? Muchas figuras en el mundo del jet set político y empresarial se atacan en llanto cuando se les revelan infidelidades, sobornos y traiciones de todo tipo. Los guías espirituales se enferman cuando se les cae la fachada espiritual y se publica su fetichismo. Pero quizás muy pocos hayan llorado como Pedro, el brillante y humilde apóstol de Jesús, llorando con la sinceridad de un niño, verdaderamente arrepentido con un corazón rendido y dispuesto a cambiar. Ese llanto de Pedro es el que necesitamos para que Dios se apiade de tantas traiciones y Nicaragua pueda ser redimida.

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