El beso más ignominioso de la historia (Enero 2006)
Beso del áspid, beso terrible, malsano, enfermo, calculador, prefabricado, venenoso y artero. Del beso del cual no estamos aleccionados, hablaré. No del tibio y trémulo ósculo que sella un pacto de amor, ese es el otro beso, probablemente el verdadero. Del otro, del falso beso, del beso de negocios, es lo que me ocupa en este tema.
El señor Iscariote estampó un beso hace dos mil años. Con ese beso, catapultó a la historia la enseñanza de que no todo beso significa amor. Y además legó una maldita enseñanza: la del beso que mata, la del beso que vende.
Contando y recontando dólares, córdobas o dracmas, ha transcurrido la vida de muchos. El señor Iscariote fue uno más. De tanto aprecio, al sonar y tintinear de monedas en sus bolsillos, comenzó a decaer su salud. Su salud mental y su salud espiritual. Llegó a creer que con el dinero podría hacer transacciones más inteligentes y menos ordinarias, y así planificó el peor negocio de su vida, en su parecer el más rentable y jugoso de todos los que hasta la fecha había realizado.
Aparentemente, ya antes de la última cena con el Maestro, parecía que el negocio había sido totalmente planificado. ¿Por qué escogería el beso para cerrar el negocio? Pudo haberlo señalado con el índice como la manera más natural de acusar o señalar en todas las épocas a las víctimas.
Mientras el Maestro se despedía y daba las últimas instrucciones antes de su partida, como en una “cena-trabajo” diríamos hoy: Os lo digo ahora para que, cuando suceda, creáis que Yo soy, Judas juntaba sus dedos rígidos y palpitantes bajo la mesa, recontando mentalmente moneda tras moneda que recibiría.
¿Porque siempre se acaba sucumbiendo a los deleznables encantos del dinero? ¡Qué demonio tan fuerte es que atrapa hasta el espíritu! Y el beso de la cobra envenena igual que el beso de la traición. El señor Iscariote llevaba veneno en su espíritu, cuando planeó el beso más ignominioso desde la creación humana.
En el huerto, al otro lado del torrente Cedrón, estaban el Maestro y sus discípulos cuando llegaron los guardias, sacerdotes y fariseos armados para prenderle. Entrada la noche era cuando Judas y sus secuaces llegaron. Adelantándose, Jesús preguntó: “¿a quién buscáis?” “A Jesús el Nazareno”, contestaron. “Yo soy”, respondió el Maestro, y retrocedieron y cayeron en tierra (Lc 18,6). “ ¡Dios te salve Maestro!”, dijo Judas y le dio un beso en la mejilla. “¡Amigo!... ¿con un beso entregas a tu Maestro?” Y el beso infame lo identificó. El vendedor había cumplido con su parte del trato.
Por cincuenta hombres dispuestos a todo fue rodeado, lo prendieron. Y era un solo Hombre que jamás haría daño a nadie. La inteligencia política necesitaba eliminarlo, era un profeta del amor.
Las treinta monedas que podrían ser hoy cualquier cantidad apta para traicionar, estaban en manos del vendedor. Soñaba con comprar una finca, una propiedad no lejos del pueblo, en la que invertiría el fruto de su deslealtad. Pero el dinero comenzó a revolverse y a adquirir vida propia y quemaba. ¿Cómo no va a quemar el dinero mal habido? ¿Cómo va a prosperar aquello que es fruto de la traición y la muerte? Y aquel beso comenzó a mortificar.
Claro, ¿cómo no va a mortificar hacer transacciones de esa manera? Los negocios se sellan con una firma y un apretón de manos. Pero pactar un beso, parecido también a un abrazo cálido, para culminar una operación, que no es cualquier operación, es la venta de un hombre que va a ser eliminado; como que allí no encaja ese beso cariñoso. Porque los besos, sea cuál fuere la finalidad con que se dan, aparentan amor y ternura.
Identifica con sabiduría el beso que recibes. Pues, al igual que ese nefando beso de Judas, hoy abundan besos de negocios, besos políticos, sociales, calumniadores, estafadores, oportunistas, besos de muerte. ¿Qué beso te identifica a ti? Dios da luz a los humildes y la esconde a los soberbios.
El señor Iscariote estampó un beso hace dos mil años. Con ese beso, catapultó a la historia la enseñanza de que no todo beso significa amor. Y además legó una maldita enseñanza: la del beso que mata, la del beso que vende.
Contando y recontando dólares, córdobas o dracmas, ha transcurrido la vida de muchos. El señor Iscariote fue uno más. De tanto aprecio, al sonar y tintinear de monedas en sus bolsillos, comenzó a decaer su salud. Su salud mental y su salud espiritual. Llegó a creer que con el dinero podría hacer transacciones más inteligentes y menos ordinarias, y así planificó el peor negocio de su vida, en su parecer el más rentable y jugoso de todos los que hasta la fecha había realizado.
Aparentemente, ya antes de la última cena con el Maestro, parecía que el negocio había sido totalmente planificado. ¿Por qué escogería el beso para cerrar el negocio? Pudo haberlo señalado con el índice como la manera más natural de acusar o señalar en todas las épocas a las víctimas.
Mientras el Maestro se despedía y daba las últimas instrucciones antes de su partida, como en una “cena-trabajo” diríamos hoy: Os lo digo ahora para que, cuando suceda, creáis que Yo soy, Judas juntaba sus dedos rígidos y palpitantes bajo la mesa, recontando mentalmente moneda tras moneda que recibiría.
¿Porque siempre se acaba sucumbiendo a los deleznables encantos del dinero? ¡Qué demonio tan fuerte es que atrapa hasta el espíritu! Y el beso de la cobra envenena igual que el beso de la traición. El señor Iscariote llevaba veneno en su espíritu, cuando planeó el beso más ignominioso desde la creación humana.
En el huerto, al otro lado del torrente Cedrón, estaban el Maestro y sus discípulos cuando llegaron los guardias, sacerdotes y fariseos armados para prenderle. Entrada la noche era cuando Judas y sus secuaces llegaron. Adelantándose, Jesús preguntó: “¿a quién buscáis?” “A Jesús el Nazareno”, contestaron. “Yo soy”, respondió el Maestro, y retrocedieron y cayeron en tierra (Lc 18,6). “ ¡Dios te salve Maestro!”, dijo Judas y le dio un beso en la mejilla. “¡Amigo!... ¿con un beso entregas a tu Maestro?” Y el beso infame lo identificó. El vendedor había cumplido con su parte del trato.
Por cincuenta hombres dispuestos a todo fue rodeado, lo prendieron. Y era un solo Hombre que jamás haría daño a nadie. La inteligencia política necesitaba eliminarlo, era un profeta del amor.
Las treinta monedas que podrían ser hoy cualquier cantidad apta para traicionar, estaban en manos del vendedor. Soñaba con comprar una finca, una propiedad no lejos del pueblo, en la que invertiría el fruto de su deslealtad. Pero el dinero comenzó a revolverse y a adquirir vida propia y quemaba. ¿Cómo no va a quemar el dinero mal habido? ¿Cómo va a prosperar aquello que es fruto de la traición y la muerte? Y aquel beso comenzó a mortificar.
Claro, ¿cómo no va a mortificar hacer transacciones de esa manera? Los negocios se sellan con una firma y un apretón de manos. Pero pactar un beso, parecido también a un abrazo cálido, para culminar una operación, que no es cualquier operación, es la venta de un hombre que va a ser eliminado; como que allí no encaja ese beso cariñoso. Porque los besos, sea cuál fuere la finalidad con que se dan, aparentan amor y ternura.
Identifica con sabiduría el beso que recibes. Pues, al igual que ese nefando beso de Judas, hoy abundan besos de negocios, besos políticos, sociales, calumniadores, estafadores, oportunistas, besos de muerte. ¿Qué beso te identifica a ti? Dios da luz a los humildes y la esconde a los soberbios.
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