Opinión Noviembre 2010
¿Es nihilista el nica?
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Hoy día el nicaragüense se ha vuelto ultra desconfiado, esto lo explican las encuestas desde hace varios años; y aunque el nica no se parezca a Descartes, llevando su desconfianza al paso de la famosa “duda metódica”, podría darle clase a cualquier filósofo, acerca de la capacidad de razonar sus recelos y fundamentos, de lo que a todas luces ya no lo engaña.
Entrenados en la universidad de la mentira diríamos, donde la trampa, la ambigüedad, el mito, la falacia, la calumnia, la doble moral, la falsa promesa como una cultura diaria y una especie de trágico pensum popular, está enrumbando al nicaragüense en la peligrosa cornisa de la incredulidad, y la habitual y extrema desconfianza. Los investigadores psicosociales escudriñan detalles del carácter del nica para actualizar su perfil: un hombre y una mujer, que afirman no creer en nada. Algo así como un neonihilista.
Presenciamos así una peligrosa actitud individual y social, que al no creer en algo o alguien va perdiendo la solidaridad y el afecto, llegando a un nivel tal de hastío por todo lo que cree que no es, o que no va a ocurrir, y que no vale la pena luchar, que hasta puede paralizar el desarrollo socioeconómico de la nación, y desatar todo un rosario de enfermedades depresivas.
La gente está dejando de creer, no en Dios, pero pareciera que en su prójimo sí. Casi escuchamos a muchos Tomases: “Si no meto el dedo en el agujero de los clavos…”, no creeré. Y así como ese criticado e incrédulo apóstol, muchos han decidido dudar de todo, lo cual es grave, porque cercena la paz individual y colectiva, y genera violencia en todos los niveles de la sociedad.
Goebbels le decía al pueblo alemán —estamos ganando la guerra—, y en realidad la estaban perdiendo. La estrategia de repetir mil veces una mentira, se convierte en verdad en Nicaragua, pero únicamente para los que la expresan, porque del resto se podrían escuchar sonoras carcajadas de burla.
La duda implica inseguridad en la validez de una verdad, convencionalmente aceptada. Pero es aquí donde la tesis contraria afecta el método de Descartes. Porque con todo lo que ha vivido el nica, parece no dudar que todo lo que se le dice encierra una mentira. Parece que la gente está aceptando como mentira cualquier verdad. ¿Qué es lo que está impulsando esta tendencia tan terrible de no confiar, más que en sí mismo?
Los jueces, los abogados y los encauzados no se creen, cada uno huele a mentira lo del otro; los empresarios y los clientes ya no se fían de nadie; los psicólogos y sus pacientes parecen hablar de la realidad de otros; los políticos —esgrimistas de la palabra— han enseñado al nica a entender sus mensajes al revés. Babel se queda corto; porque una cosa es no hablar el mismo lenguaje, y otra cosa es hablar el mismo idioma pero diciendo lo que no quiero que entiendan. Estamos presenciando una verdadera avalancha de falta de fe en el prójimo. ¿De dónde esa fuente? ¿Somos culpables todos?
La verdad y la confianza se están enterrando, y el país frente a esto debe hacer un alto y reflexionar. Los nicaragüenses debemos luchar por volver a las raíces de la sinceridad y la franqueza que nos ha caracterizado. La Iglesia, y las instituciones educativas —batalladoras por excelencia en la búsqueda del bien común— podrían iniciar toda una campaña para desmontar esta crisis que cada día puede empeorarse. El nica ha sido una persona creíble ¿Por qué estigmatizarnos?
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