Habitantes del cielo virtual
Diciembre 2010
El postmodernismo tiene una nueva lección doctrinaria: el amor al prójimo, pero… desde lejos, tal como lo enseñó Friedrich Nietzsche —el filósofo de la soledad—. Para algunos, Mark Zuckerberg fundador de Facebook, ha creado el cielo en la tierra. Pero también Tom Anderson de MySpace, Reid Hoffman de linkedin, Jack Dorsey de twitter, y Ramu Yalamanchi de hi5, entre otros, han construido cielos virtuales, donde las reglas son: hablar sin tocarnos, reír sin sonido, llorar con palabras, amar sin compromisos y hasta enamorar con fotos antiguas.
Interactuar en la red es tan delicioso, tan lejano y cercano, tan ingenuo y contradictoriamente auténtico, que a ratos no deja de atemorizar. ¿Será un modo de compartir libre y horizontal, o es tal vez el inicio de algo orwelliano? —se pregunta la periodista española Beatriz Tostado—. Mostrar lo que no soy, o suavemente lo que soy, o felizmente lo que me gustaría ser, es el objetivo a escalar, en esta maraña de relaciones sin verdades plenas.
La nueva sociedad virtual bebe tragos a distancia y se emborracha sin reproches. Muestra fotos de bodas, donde todo es Alicia en el país de las maravillas. Donde ningún truhán se cuela, grita o golpea hasta caer sobre el vestido de bodas. Es el sueño de una sociedad sin escándalos, o más bien una sociedad que ha clausurado la puerta para los escándalos. Donde todo es celebración, ostentación, gala y éxito. Donde los asesinos en serie se enamoran, y mandan poemas desde las antípodas con beatífica sencillez, derramando su corazón públicamente.
La moda es quererse a distancia. Contrario al aforismo —amor de lejos, amor de pendejos—, parece que todo el mundo quiere estar lejano. Esto es una contradicción cruel, gente que dice amarse pero que no desea encontrarse. ¿Quién asegura que el fundador de la red social más famosa del mundo, con más de 500 millones de “amigos”, tiene un solo amigo verdadero?
Las redes sociales son un invento fantástico a la medida del siglo XXI. La gente ha decidido escuchar a otros, sin compromiso de ningún tipo. Hablar a otros desde la comodidad de su propio silencio, como un hombre solitario que según Aristóteles es una bestia o un dios. Una soledad, a quien Víctor Hugo llama infierno, es el parto que la sociedad silenciosa, edifica quizás sin proponérselo. Construir su propio cielo en la tierra, fundada en una paz de zombi, donde todo lo real resbala, y pierde significado.
Se está cultivando con energía el carácter hipersensible, el egocentrismo, el narcisismo (qué bien te ves, qué bien estás). El horror al autodescubrimiento; el ocultamiento de nuestras debilidades frente a los demás; y se está perdiendo la entereza, el valor de enfrentar las críticas, los juicios y opiniones de otros. En palabras sencillas, si éste es el camino del futuro, se está construyendo una sociedad frágil, engañada, victimizada, sin fuerzas para afrontar las dificultades que esperan al mundo en las próximas décadas, donde el estrés solitario e individualista, causará verdaderos estragos a la humanidad.
Para los que experimentan con relaciones virtuales, como una enfermiza adicción proclive a sustituir las experiencias que ofrece la vida real y no como un entretenimiento mas, el mismo Nietzsche repite: Toda convicción es una cárcel.
Nada virtual resulta la sentencia de Jesucristo el Señor, que dice: “Estuve en prisión y no me visitaste, o estuve con hambre y nada me diste”. Es necesario bajar de la comodidad de las pantallas, donde los pésames y las lágrimas viajan por el ciberespacio, y convivir más. Acercarnos, escucharnos, sentirnos. Ser más personas y menos pantallas, menos cosas como diría E. Fromm.
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